La historia de la energía termosolar está marcada por promesas grandilocuentes y fiascos económicos. Sin embargo, México ha decidido apostar por esta tecnología como pieza clave de su estrategia energética. La primera central del país se levantará en Baja California Sur, un territorio aislado y con cortes eléctricos frecuentes, donde el sol puede ser, literalmente, la solución.
Un antecedente incómodo: la lección de Ivanpah

En 2014, el desierto de Mojave fue escenario de un megaproyecto: Ivanpah Solar Power Facility, con 392 MW de potencia y un coste de 2.200 millones de dólares. La planta, basada en espejos que concentraban la radiación en torres, terminó enfrentándose a problemas técnicos, costes superiores a la fotovoltaica y un polémico impacto ambiental que incluía miles de aves muertas cada año.
Ese fracaso sigue siendo recordado como un aviso de que la termosolar no siempre garantiza éxito económico.
El proyecto mexicano y su apuesta por el almacenamiento

Aun así, el Gobierno mexicano ha presentado su plan: una central de torre con heliostatos y almacenamiento térmico capaz de generar electricidad de noche. “Nos ponemos a la vanguardia en energías renovables”, afirmó la presidenta Claudia Sheinbaum, acompañada de la secretaria de Energía, Luz Elena González, que destacó la relevancia del almacenamiento como elemento diferenciador.
El proyecto, aún sin ubicación confirmada ni licitación abierta, se prevé concluido en un plazo de 36 a 48 meses. La inversión, de 800 millones de dólares, forma parte de un paquete de 25 obras del Plan de Expansión 2025-2030 de la CFE.
Baja California Sur: un laboratorio energético
La elección no es casual. Baja California Sur depende de combustibles fósiles caros y contaminantes, lo que la hace vulnerable a apagones como los registrados en julio pasado. Con apenas un 21,5 % de electricidad renovable en 2023 —lejos del 35 % fijado para 2030—, México necesita proyectos que diversifiquen su matriz.
La termosolar, con su capacidad de almacenar calor y generar electricidad estable, ofrece una alternativa a los ciclos combinados de gas natural. Pero también pone a prueba si esta tecnología, que en el pasado ha flaqueado frente a la fotovoltaica, puede convertirse en una apuesta firme para un futuro energético más limpio.